Si observamos al mundo podemos mirarlo en su diversidad, cómo todo se va individualizando, cada cosa es de manera individual, y cómo a menudo eso individual se opone, se contradice, incluso lucha entre sí. Pero todo eso individual en el fondo se basa en un Uno que lo sostiene. De ese Uno en las profundidades, la pluralidad y la diversidad extraen su suerte, su propia singularidad. Lo que puede contribuir para el todo es alimentado por ese manantial en las profundidades. Pues bien, podemos dirigir nuestra percepción hacia lo individual y, al hacerlo, se nos pierde lo otro. Cuando nos concentramos en el Uno a menudo excluimos lo otro o lo negamos o incluso lo desmentimos. En ese caso estamos enajenados de aquello que sostiene todo.También podemos enfocarnos en la diversidad, pero de manera de no concentrarnos en la diversidad sino percibiéndola casi simultáneamente como un todo. Aplicando esa percepción nos reunimos en nuestro centro y a través de ese centro con el centro de la existencia. Al lograr esa conexión tenemos la misma relación con toda esa diversidad, una misma relación de respeto, de consideración y de coraje, de manera que podamos tomarlo en nuestro interior con toda su multiplicidad y su diversidad hasta que confluya en nuestro centro.Cuando miramos las cosas tal como son, eso nos puede parecer fácil. Pero cuando miramos las relaciones entre las personas y a sus necesidades diferentes, a sus rumbos diferentes, cuando observamos los opuestos y nos exponemos a ellos, a menudo nos sentimos amenazados, inseguros,y sentimos un profundo dolor, como que algo no funciona.En estas relaciones con frecuencia somos conducidos, en la superficie, por la diferenciación entre el bien y el mal. Esta diferenciación está muy en la superficie y de ninguna manera puede remitirse a aquello que surge desde las profundidades. La diferenciación entre el bien y el mal es algo que solamente actúa en las relaciones humanas, y la razón es que la diferenciación entre bien y mal cumple una única función. Esa función es que nos une a nuestra familia y nos marca el límite con otras familias y otros grupos. La diferenciación entre bien y mal se pone de manifiesto en la conciencia tranquila o la mala conciencia. Tenemos una conciencia tranquila cuando sentimos que pertenecemos a nuestra familia, y tenemos una mala conciencia cuando debemos temer que por nuestra conducta nos hemos jugado nuestra pertenencia. Creemos que ponemos en peligro la pertenencia a nuestra familia cuando reconocemos como igualmente buenas y equivalentes a otras familias, a otros grupos, a otros valores, a otras religiones, a otras culturas. Cuando hacemos eso estamos unidos con la profundidad de la existencia, pero no con nuestra familia en ese sentido.Por lo tanto, para estar unidos en lo profundo con lo esencial, debemos despedirnos de la influencia de esa conciencia en relación a la diferenciación entre bien y mal. Si logramos esta despedida, si por lo menos ocasionalmente podemos soltarla, si nos reunimos en nuestro centro, entonces desde ese centro, desde la profundidad, emerge otra cosa que nos sostiene, un movimiento del alma que anula la diferenciación y que reconcilia las contradicciones y los opuestos.En los últimos tiempos me he ocupado mucho de esos movimientos del alma, he permitido que actúen sobre mí mismo y, en cursos como éste, he experimentado cómo actúan los movimientos del alma. Van mucho más allá de lo que hasta el momento salió a la luz a través de las constelaciones familiares. Es decir que se avanza un paso más.
La fuente
Aquí yo permito ser guiado por algo, no sé en absoluto lo que resultará, estoy completamente a oscuras y me siento como alguien a través de quien fluye un agua, un agua que viene de lejos y que sigue su camino hacia lo lejos. Simplemente me mantengo permeable. Por esa razón yo mismo no participo. La fuente no participa del agua. El agua sólo la atraviesa.¿Cómo se hace para lograr esa actitud? Se permanece sin intención. El agua que corre a través de la fuente no tiene intención alguna. No tiene una meta. Y, sin embargo, llega a los campos, da frutos y finalmente desemboca en el mar. Por lo tanto, la falta de intención es la condición previa para este trabajo.No tener intención sólo lo logra aquel que ha abandonado sus conceptos sobre bien y mal. No lucha ni por el bien ni por el mal, por ninguno de los dos. Está de acuerdo con todo lo que es. Está de acuerdo con la vida. Está de acuerdo con la muerte. Está de acuerdo con la felicidad. También está de acuerdo con el sufrimiento. Está de acuerdo con la paz y con la guerra. Al ser tan permeable, hay algo que se acomoda para el bien sin su intervención.Nos vienen describiendo esta actitud desde hace mucho tiempo. Lao Tse la muestra, por ejemplo.Confucio la muestra. Y muchos grandes filósofos la muestran. Curiosamente no así los grandes fundadores de religiones. Las religiones llevan a la guerra.La falta de intención que busca estar en sintonía con la ley del mundo, con los órdenes profundos,la que confía en los movimientos profundos del alma, de la gran Alma, ella, como se puede ver,está al servicio de la paz y del amor.
Escuchar y mirar
Quiero comentar algo acerca de la diferencia entre escuchar y mirar. Lo que actúa en la concienciaen gran medida se basa en lo que uno ha escuchado. Por ejemplo, hay muchos conceptos sobrevalores o también reglas o testimonios acerca de lo religioso que provienen de lo transmitido oralmente. Basado en lo que uno escucha surge una imagen interna y ella luego actúa como si fuera una conciencia.Doy un ejemplo. Un psicoanalista fue a ver a un amigo y le dijo: "¿Sabes algo acerca de las obsesiones?" "Si", dijo el amigo, "quizás, pero en tu caso, ¿de qué se trata?" El otro contestó: "Hace un tiempo fui con mi mujer a ver a una adivina quien le dijo que ella estaba poseída por el demonio. ¿Qué debo hacer ahora?" El amigo dijo: "Quién acude a una persona así debe asumir las consecuencias; porque ahora tú realmente estás obsesionado, estás poseído, pero por una imagen interior y no es fácil liberarse de ella."De esa manera, mediante lo que se escucha y lo transmitido oralmente se forma un concepto desligado de la percepción de la realidad que se puede percibir. Curiosamente este concepto repentinamente actúa como creando una obligación, y cuando abandono este concepto lo vivo como una traición y una deslealtad.¡Qué notable! Porque en realidad sólo haría falta mirar y limitarse a aquello que se percibe. Nada más. Pero eso requiere modestia.Algunos psicoterapeutas se comportan de manera similar. Escuchan y confían en lo que se les dice sin mirar lo que ocurre frente a sus ojos y en la familia del cliente. Así quizás la terapia trata algo que ni siquiera existe porque se refiere a una imagen que sólo surge por conceptos y por interpretaciones.Restringirse a la percepción es una renuncia grande. Con ello renuncio a la libertad de modelar al mundo arbitrariamente. Pero es curioso que justamente esa autolimitación me da la libertad deactuar, y de actuar correctamente.No vale lo mismo cuando confío en lo que escucho y lo que se me transmite. En ese caso sólo tengo la libertad de crearme imágenes. La libertad para actuar es limitada.
Bert Hellinger
"El manantial no tiene que preguntar por el camino"